Decisiones veraniegas

viejas glorias
Menudo agosto de calor y pensar y pensar, pensar en si las aventuras de mis tacones veraniegos han sido las adecuadas o no porque este verano está viniendo lleno de noticias, a parte de muy caluroso, ¿lo había dicho? y, mis tacones y yo nos estamos cansando porque como mi zapatero, que está muy loco, se ha ido de vacaciones y ya conté que cerró la zapatería con todos los tacones que le llevo cada semana dentro, hay días en que sin mis tacones me siento caminando descalza porque, como siempre digo, mis tacones son lo más y me regalan momentos de desconexión con situaciones que no debo ni regalarles un minuto de mi tiempo porque no merecen la pena, y esta semana mis tacones y yo empezamos un aventuron que requieren de las manos de mi zapatero porque sin ellas, mis tacones se verían muy feos e incompletos pero, como si algo tengo es una capacidad innata para adaptarme, como los cachalotes que dicen que sobreviven donde casi no hay oxígeno, esta semana me la tomo para descansar para empezar la siguiente con muchas ganas e ideas para que mis tacones no dejen de ser nunca lo más, ideas para las páginas del libro que mi cuerpo está escribiendo y del que mi zapatero también va a disfrutar porque es un enamorado de las historias que le escribo, esta semana vamos a dedicarnos a limpiar los tacones para guardarlos y así, cuando en dos semanas vuelva a taconear, lo haga con una sonrisa de oreja a oreja y mi zapatero, que ya estará abriendo de nuevo la zapatería, también.
Y es que no hay mejor idea que parar muchas veces para tomar aire que, vivimos acelerados corriendo riesgos y tomando decisiones a veces nos pueden hacer mucho daño pudiendo llegar a ser irreversibles provocando daños en partes de nuestro cuerpo, que pasan desapercibidas «porque están ahí» sin más, sin valorar que sin ellas, la gracia de nuestro cuerpo pierde estrellitas, como en los juegos de máquinas recreativas. Por ello, este nuevo mes que abrimos, mis tacones, mi zapatero y yo empezamos la temporada de soñar cada día con una pasarela en la que mis tacones brillen y eso sin pisar a nadie, sonriendo mucho pero, sobre todo, riendo hasta que nos duela la tripa porque eso mi zapatero y yo lo hacemos perfectamente bien.